Un programa que te permite ver lo invisible

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Nuestra vista no es perfecta, ni siquiera en las personas que no necesitan gafas. Siempre hay cosas que se escapan a nuestra percepción. Nuestro cerebro interpreta la información lumínica que nos llega a través de la vista basándose en diferencias de contraste o de contornos. Dicho de otra manera, nuestro cerebro está diseñado para ver los cambios. En teoría, si mantuviéramos la vista completamente fija en una escena sin movimiento, nuestro cerebro al no tener diferencias que interpretar no deberíamos ver nada. En la práctica no sucede así porque nuestros ojos tienen una ligera vibración imperceptible, lo que aporta las diferencias necesarias para poder seguir viendo, a pesar de creamos que tenemos la mirada fija.

Pero aun así, a nuestro alrededor hay pequeños cambios de color o pequeños movimientos que no son suficientes para que las neuronas de nuestro cerebro se activen y podamos verlos. Por ejemplo, nuestra piel tiene una gran cantidad de vasos sanguíneos por los que circula sangre, y cada vez que nuestro corazón late nuestra piel renueva su sangre, lo que se traduce en una ligera coloración roja (parecida a la que les sucede a ciertas personas cuando tienen vergüenza). Este cambio de color es muy sutil y muy rápido, siendo imposible de ver. Al menos hasta ahora.

El pasado verano un equipo del MIT creó un algoritmo para detectar estos pequeños movimientos y cambios de color a partir de un vídeo. El algoritmo, llamado Magnificación Aureliana de Vídeo, mide la intensidad de color en cada fotograma del vídeo, detecta estos cambios invisibles para el ojo y los exagera para poder ser observados. El programa funciona sorprendentemente bien y tuvieron tantas peticiones para utilizarlo que los desarrolladores hicieron el código público, permitiendo ser usado por cualquiera.

Aqui tienes un vídeo con una entrevista a los desarrolladores (en inglés) y varios vídeos de ejemplo, realizado por The New York Times:

Lo divertido es experimentar, por eso en la página de Quanta Research Cambridge te dejan aplicar el programa al vídeo que quieras. Para hacerlo hay que tener en cuenta varias cosas. No hace falta una cámara especial ni nada por el estilo, puedes grabar un vídeo con tu móvil mismo (aunque hay que tener en cuenta que cuanto mayor definición tenga el vídeo, mejor funciona el análisis). El programa amplifica los movimientos pequeños pero se ve afectado por los movimientos amplios, así que lo mejor es evitarlos. Sube un vídeo con poco movimiento para comprobar qué movimientos invisibles existen en él.

Aquí tienes algunas ideas para jugar con el programa:

  • Comprobar tus constantes vitales grabándote a ti mismo. Si grabas un primer plano de tu cara estando muy quieto es posible observar el cambio de coloración en tu cara y detectar tu pulso cardíaco. Si además te grabas de perfil descubrirás un pequeño movimiento que también es imperceptible pero importante: el ritmo respiratorio. Se estudia usar el programa para detectar las constantes vitales de los recién nacidos, sensibles a ser conectados a un aparato de medición.
  • Comprobar la estabilidad de una obra viendo vibrar su estructura. Si grabas una grúa un día de viento podrás comprobar su vibración, algo que no suele ser visto a largas distancias. Por eso el programa puede ser usado para evaluar la estabilidad de edificios y estructuras viejas o a medio construir.
  • Ver como se mueve tu ojo. Al hacer un primer plano de tu ojo podrás ver los movimientos imperceptibles de los que he hablado al comienzo del artículo. Gracias a estas pequeñas vibraciones nuestro cerebro recopila información suficiente para mantener una imagen fija.
  • Probar con películas. Si te da pereza grabarte a ti mismo y sabes de alguna escena de película en la que un actor este quieto (por ejemplo haciéndose el dormido o el muerto) es posible subir el vídeo y detectar la pulsación cardíaca y respiratoria del actor.

Y así con miles de aplicaciones más. Este es un buen ejemplo de como un pequeño avance en la investigación puede convertirse en una herramienta útil para múltiples campos, desde la sanidad (imaginemos detectar mejor los temblores tempranos del Parkinson) hasta en psicología (registrar las microexpresiones que realiza una persona al mentir). Te dejo que crees tu propia aplicación. Disfruta del programa.

Fuente | Popular Science

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Aprende cómo romper cristales usando tu voz

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En algunas películas aparece algún personaje que canta especialmente mal o muy agudo, hasta el punto que rompe todos los cristales de una sala. Esto realmente no es ciencia ficción sino que es posible conseguirlo en la vida real. Vamos a explicar cómo puedes lograrlo en tu casa, pero antes pensemos un poco en la ciencia detrás de este fenómeno.

Aunque no lo notes, todos los objetos que tienes a tu alrededor están vibrando, aunque a una frecuencia muy baja. Esto es debido a que los objetos (y tu propio cuerpo) están formados por átomos, y estos átomos no están unidos de una manera perfectamente fija sino que tienen una pequeña libertad de movimiento. De hecho, la escasa libertad de movimiento entre átomos es lo que define el estado sólido, en el estado líquido y gaseoso los átomos pueden desplazarse libremente y por eso tienen comportamientos diferentes a los sólidos. El movimiento de estos átomos viene determinado por factores como la temperatura del objeto (la temperatura es un indicador de movimiento de los átomos), presión y otros factores, pero aunque estos factores puedan aumentar o disminuir, siempre hay una ligera vibración de base, imperceptible a nuestra vista. Un objeto tiene una vibración provocada por la combinación del movimiento conjunto de todos los átomos que lo forman.

Si nosotros de manera externa hacemos vibrar un objeto a la misma frecuencia que la vibración natural del objeto, se produce un fenómeno llamado resonancia y el objeto se rompe. Imaginemos un columpio que oscila de un lado a otro a un ritmo determinado, si una persona empuja el columpio al mismo ritmo poco a poco el columpio subirá más y más, ya que los dos ritmos (el de la persona empujando y el del propio columpio) se acoplan entre ellos debido a la resonancia. Esto es lo que hacemos de forma intuitiva al empujar un columpio, ya que empujarlo a cualquier otro ritmo no se produce esta subida de la oscilación y no es tan divertido. Por esta razón, al hacer vibrar un cristal a la misma frecuencia que la del propio cristal, los átomos empiezan a vibrar cada vez más fuerte, hasta el punto de romper los enlaces que los unen, y reventar el cristal. En Medciencia ya hemos hablado del fenómeno de resonancia y su presencia en la destrucción de puentes o en armas capaces de explotar una cabeza.

Para hacer vibrar un cristal, podemos hacerlo mecánicamente y agitar el cristal muy rápido pero utilizaremos algo más barato: nuestra propia voz. El sonido realmente es una vibración del aire y es capaz de vibrar a su vez el cristal, la frecuencia de la vibración es lo que nosotros llamamos agudo o grave. En resumen nuestro objetivo es entonar nuestra voz a la frecuencia de vibración del cristal para que se acoplen y reviente, aunque es más fácil decirlo que hacerlo, ya que si no somos cantantes profesionales no seremos capaces de alcanzar muchos tonos de voz agudos o graves para probar. Para aumentar las posibilidades podemos intentarlo usando un amplificador, ya que aunque aumentar el volumen no modifique la frecuencia de la señal (un tono grave será igual de grave aunque suene más alto) sí que aumentamos la vibración que se transmite al cristal.

Una vez entendido nuestro objetivo, veamos qué pasos seguir:

  • Ponte gafas de seguridad. Piensa que vas a tratar de romper un vaso, pueden saltar cristales a los ojos así que la seguridad es lo primero.
  • Si vas a usar un micrófono y un amplificador, ponte protección en los oídos y trata de alejar el amplificador y el vaso lo máximo posible de ti. El volumen del amplificador debe estar al máximo.
  • Primero debes conocer el tono de vibración del cristal. Aunque parezca algo complicado seguro que alguna vez lo has visto hacer: coge una copa de vino y mójate el dedo, luego pásalo lentamente por el borde del vaso, se escuchará una nota. Esta es la nota que debes lograr para romper dicho vaso. Usar como ejemplo una copa de vino no es casualidad, ya que tienen el cristal más fino y es más fácil de romper.
  • Entona tu voz diciendo “Ahh” tratando de imitar la nota del cristal. Aumenta poco a poco el volumen y la duración de la nota. Si no tienes amplificador tendrás que estar muy cerca del vaso para que llegue a vibrar. (En este momento echaras de menos las gafas de seguridad).
  • Ten en cuenta que no romperás el vaso a la primera sino que tendrás que intentarlo varias veces hasta lograrlo. Si quieres saber si vas por buen camino, pon una pajita en la copa. La pajita se moverá si el cristal de la copa está vibrando.

Hay que tener en cuenta que cada tipo de cristal tendrá una frecuencia de vibración y será más fácil o difícil de romper. Por este motivo la escena de las películas en las que un solo tono de voz rompe todos los cristales de la sala es físicamente imposible. Además, hay cristales que son más resistentes a la vibración y hay que aumentar más el volumen. Por ejemplo, para romper una copa de cristal el sonido debe estar a más de 100 decibelios, sin embargo un vaso de vidrio necesita sólo un ruido entre 80-90 decibelios. Así que puedes aumentar las posibilidades usando un vaso de vidrio (aunque cuanto más fino mejor).

Hasta aquí los consejos, si alguien se atreve a romper copas y tiene éxito que lo ponga en los comentarios. Quien sabe, si consigues cogerle el truco puedes presentarte a algún concurso de talentos, solo intenta no coger por error la frecuencia de otro cristal de la sala, como por ejemplo tus gafas de seguridad.

Fuente | About.com

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¿Por qué los niños ingleses tardan más en aprender los colores?

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El voluntario masculino SD43 se mueve inquieto por el laboratorio de Michael Ramscar, en la Universidad de Stanford. Esta todo el rato balanceándose a ambos lados y haciendo sonidos graciosos con la boca. Un investigador se acerca a SD43 y le enseña una marioneta de trapo con forma de vaca: “Este es el Señor Muu, ¿le puedes decir hola?”

El objetivo del laboratorio de Ramscar es tratar de entender mejor como aprenden el idioma los niños pequeños, y por eso los “sujetos de prueba” para sus experimentos son niños de entre 2 y 6 años, momento en el que comienzan a asociar cada cosa de su entorno con su palabra correspondiente. Actualmente el laboratorio está centrado en cómo los niños aprenden los colores, y para ello, el Señor Muu está mostrando rotuladores de diferentes colores a SD43 preguntándole de qué color son.

Este ejercicio puede parecer simple para un adulto pero no para un niño pequeño. Y especialmente si su lengua natal es el inglés. Lo habitual es que el niño falle una cantidad asombrosamente alta de veces, y esta cantidad de fallos sigue siendo elevada en niños más mayores, de hasta unos 7 años, lo que es más preocupante teniendo en cuenta que el niño ya sabe atarse los cordones o montar en bicicleta.

Esta falta de aprendizaje de colores desespera a los padres haciendo pensar que su hijo puede ser daltónico. De hecho, durante los experimentos el padre o la madre pueden estar presentes siempre y cuando tengan los ojos vendados. La experiencia demuestra que cuando el familiar observa a su hijo fallar los colores acaba poniéndose nervioso y tratando de corregirle.

Realmente la forma de nombrar los colores es una cuestión cultural. Una prueba de ello es que en diferentes idiomas los colores “básicos” cambian, por ejemplo, en español los colores básicos son los que podemos encontrar en cualquier caja de lápices de colores: blanco, negro, amarillo, azul, verde, rosa, naranja, morado, marrón, gris. Si compramos una caja con más colores, ya empezamos a llamarlos “claro” o “oscuro”. De hecho, existen idiomas en los que los colores básicos son otros, por ejemplo en el Himba, un dialecto del norte de Namibia, el color “zoosu” incluye lo que llamamos negro, verde, azul y morado oscuro; y el color “Serandu” incluye al rosa, morado claro y rojo. Incluso hay idiomas que aunque tengan un vocabulario parecido para los colores, éstos no representan los mismos “colores básicos”, como pasa en el Coreano y en el Ruso.

De esta forma, el aprendizaje de los colores depende en gran medida del idioma. Y de hecho, los niños que tardan más en aprender los colores son los de habla inglesa (recordemos que el laboratorio está en Stanford, Estados Unidos). En niños con otras lenguas natales (incluido el español) este fenómeno es menos evidente, aunque también exista.

Para saber por qué un niño español de dos años gana al niño ingles en reconocer el color amarillo, necesitamos entender cómo funciona nuestra atención. En una conversación, tratamos de saber sobre lo que se está hablando buscando normalmente pistas visuales. Por ejemplo, si hablo de “la cosa de la esquina” buscaremos con la mirada para saber de qué estamos hablando.

Los niños realizan el mismo proceso cuando aprenden una palabra, solo que de una manera mucho más activa. Si señalamos un perro y decimos “perro”, el niño asociará la palabra a lo que tiene la atención centrada. El problema con los colores en el inglés es la manera de nombrarlos: mientras que en español decimos “la pelota roja” en ingles se invierte el orden siendo “the red ball”. Cuando señalamos la pelota ante el niño y decimos primero el color normalmente es asociado como si fuera el nombre del objeto y no un adjetivo, cuesta más tiempo entender la palabra “rojo” se refiere a la cualidad “color” del objeto y asociar cada color observado.

Para comprobar esta teoría, volvemos a nuestro sujeto SD43. Este niño de dos años forma parte de un experimento de aprendizaje de colores junto con otras dos docenas de niños. A la mitad de los niños se les enseñan los colores usando el inglés tradicional (the red ball, la roja pelota) mientras que a la otra mitad se les adaptan las frases para invertir el orden (the ball is red, la pelota es roja). Tras un entrenamiento rápido, los niños con la frase atributiva (la pelota es roja) mejoran de manera significativa la identificación de los colores.

En el español, donde lo habitual es usar los adjetivos después del nombre no tenemos ese problema, así que accidentalmente nuestro idioma es mucho más propicio para aprender los colores rápidamente. Aun así, conviene no jactarse de este hecho, ya que a pesar de todo, todos los niños (independientemente de su idioma) aprenden antes los objetos que los colores.

Es fácil para un niño de dos años entender la distinción entre “perro” y “oso”, ya que se suelen usar en contextos y situaciones diferentes; por lo tanto si tienes tres años y estas intentando aprender a que cosa se le llama “perro”, probablemente “oso” no sea una de ellas. En cambio los colores están presentes en todos los objetos y es difícil ver algún objeto de únicamente un color en la vida real. Además, al ser una propiedad, el niño debe deducir cuál de todas las propiedades que observa en la pelota es la que llamamos “rojo”, pasando por su forma o su tacto. Y como detalle adicional usamos una gama cromática con colores que pueden llegar a ser confusos, como el “naranja” y el “rojo”, de manera que el niño tiene que aprender a clasificar los tonos.

En resumen, aprender los colores es una de las cosas más complicadas que empezamos a hacer en la vida. No es raro que uno de los primeros temas del inglés en el colegio sean, precisamente, los colores.

Fuente | Scientific American

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Descubren que las abejas sienten el campo eléctrico de las flores

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La teoría es conocida por todo el mundo: las abejas recogen el néctar de las flores y a cambio llevan el polen de flor en flor ayudando a su reproducción. Pero hay detalles en este proceso que no están del todo claros, por ejemplo, si observamos un enjambre de abejas en el campo veremos que las flores con más néctar son más visitadas por las abejas aunque sean muy parecidas entre ellas, pero ¿cómo distinguen las abejas que flor lleva néctar y cual no?.

Las abejas han desarrollado diferentes sentidos a lo largo de la evolución con este objetivo. Hay que tener en cuenta que distinguir rápidamente que flores son más útiles ayuda a que el proceso de recogida de néctar sea mas rápido ahorrando energía y riesgos. Se sabe que las abejas distinguen muchos factores en las flores por las que vuela, como el color de la flor, su fragancia o la humedad del aire de alrededor. Con estos parámetros la abeja puede ahorrarse la visita a flores vacías y centrarse en las «buenas».

Recientemente el equipo de Daniel Robert de la Universidad de Bristol ha descubierto un sentido de las abejas sorprendente: son capaces de distinguir los campos eléctricos de las flores.

Que un animal tenga la capacidad de sentir campos eléctricos y magnéticos no es excesivamente raro en la naturaleza, ya se había comprobado que los tiburones usan este sentido para detectar contracciones musculares en animales escondidos bajo la tierra, y se cree que algunas aves son capaces de orientarse durante largos recorridos sintiendo el campo magnético terrestre.

Si frotamos un globo contra un jersey de lana, éste queda cargado eléctricamente y puede atraer a otras partículas pequeñas de carga neutra (como nuestro pelo o trocitos de papel). De igual manera se sabe que las abejas están cargadas eléctricamente con carga positiva gracias al movimiento rápido de sus alas, permitiéndole recoger el polen de la flor mediante electricidad estática.

Pero hay mucha más información detrás de este proceso. Cuando la abeja aterriza en una flor, ésta adquiere parte de la carga positiva de la abeja y permanece ligeramente cargada durante un tiempo que oscila entre minutos y horas. Esto deja una huella temporal en la flor que indica una visita, por lo que las flores con más néctar y más visitadas tendrán una carga eléctrica superior a las flores menos visitadas. Las abejas poseen la capacidad de distinguir estas cargas eléctricas y seleccionar en pleno vuelo las mejores flores.

Para comprobarlo, los investigadores crearon flores eléctricas artificiales, capaces de crear su propio campo eléctrico. A las flores con carga eléctrica positiva se les añadía un poco de azúcar, y a las de carga neutra se les añadía una mezcla más ácida. Las abejas aterrizaban más a menudo a las flores con recompensa pero eso podía deberse tanto al olfato como al campo eléctrico. Cuando “apagaron” el campo eléctrico de las flores artificiales las abejas no sabían reconocer entre las flores con azúcar y las que no tenían, a pesar de que el sentido del olfato debía funcionar igual.

Esto demuestra que las abejas son capaces de sentir el campo eléctrico de las flores, incluso por encima de otros sentidos como el olfato. No se sabía nada sobre este fenómeno y abre un nuevo campo de estudio en los insectos voladores, ya que se piensa que este sentido eléctrico también estaría presente en polillas o mariposas.

Las flores son muy sensibles a la electricidad estática,  si te acercas a oler una flor su carga eléctrica cambia. La contaminación también afecta a su carga y se plantea la posibilidad de que estos cambios desorienten a las abejas y sean una de las causas de su desaparición. Hay que seguir investigando.

Fuente | Nature

Imagen | Discovery News

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La química que usa el ladrón de bicicletas

Un buen día decides que debes hacer más ejercicio del habitual y vas en bicicleta a comprar el pan. Aparcas tu bici, la sujetas con una cadena de seguridad a una farola, entras a comprar y cuando sales cinco minutos después… ¡ya no tienes bici! En la farola solamente quedan los restos de tu cadena, que ha sido cortada con unas tenazas.

Esta historia es bastante habitual, si no lo habéis vivido conoceréis a alguien cercano al que le haya pasado. Pero, ¿por qué es tan habitual? Conseguimos llevar al hombre al espacio en un cohete, hacer chalecos capaces de parar un disparo y ¿no somos capaces de hacer una cadena de seguridad irrompible? La respuesta es que no, y la química de materiales tiene la explicación.

Para diseñar una cadena irrompible ideal debemos tener en cuenta dos características de cualquier material: la dureza y la flexibilidad. La dureza indica la resistencia de un material a ser rallado o cortado, y la flexibilidad su capacidad de deformación y la resistencia a los golpes. Ambas características se relacionan con la distribución de los átomos en un material y con la fuerza de los enlaces entre ellos, pero son opuestas: un material muy duro necesariamente será poco flexible y viceversa.

Imaginemos una cadena de diamante, el mineral de mayor dureza. Sería imposible cortar la cadena con unas tenazas, por muy grandes que sean porque el material resiste los cortes. Sin embargo la cadena de diamante se rompería simplemente golpeándola con un martillo, ya que el diamante no es flexible y al no ser capaz de absorber la energía de los golpes acaba rompiéndose. Imaginemos ahora el caso contrario, si tuviésemos una cadena hecha de goma, resistiría los golpes de un martillo gracias a su flexibilidad pero sería muy tentador cortarla con unas tijeras.

Esta relación entre dureza y flexibilidad es el obstáculo al que se enfrenta un fabricante de cadenas de bicis. La mejor solución es llegar a un punto intermedio: un material que sea medianamente duro pero también un poco flexible, sin llegar al extremo en ninguno de los dos casos. Además es importante que sea un material barato, abundante o fácil de fabricar. Por suerte, ya existe un material así, que irónicamente es justo el material de la cadena de tu bici robada: el metal.

Si vemos un metal a nivel atómico comprobaremos algo muy interesante: no tiene orden establecido. Los átomos están apilados de manera homogénea en el metal y los electrones viajan libremente entre ellos (esta libertad de movimiento es la causa de que los metales puedan conducir la electricidad). Esta estructura única da una dureza intermedia, ya que los átomos están apilados de una manera compacta, pero también una cierta flexibilidad, porque es capaz de absorber la energía del golpe por modificaciones en su forma. La imagen tradicional de un trozo de metal no induce a pensar que sea un material flexible, pero si se golpea con un martillo se puede doblar sin romperlo (con un cristal, que no es nada flexible, el golpe produce su ruptura).

Según que metal usemos, las propiedades de dureza y flexibilidad varían. La industria siderúrgica ha diseñado diferentes mezclas entre metales o metal y otro material (mezclas llamadas aleaciones). Estos nuevos materiales tienen propiedades diferentes. Normalmente los candados de seguridad están fabricados con acero, una aleación entre hierro y carbono. Según la proporción de ambos componentes y la posibilidad de añadir algún elemento más podemos obtener diferentes tipos de acero, buscando el que tenga la mejor relación dureza-flexibilidad.

Pero imaginemos que realmente incumplimos varias leyes de la física y obtenemos un supermaterial extraterrestre que tiene una dureza y flexibilidad máxima, y lo usamos para construir una cadena de seguridad para nuestra bici. ¿Podríamos romperla?

Un químico ladrón atosigado por la falta de becas podría. El truco esta en cambiar las propiedades del supermaterial para hacerlo menos flexible y más duro aun, y esto se puede lograr congelándolo. Al congelar un material aumentamos su dureza y disminuimos su flexibilidad haciendo que se vuelva vulnerable a los golpes con un martillo, pudiéndose romper con facilidad.

Pero meter la cadena en el congelador no sirve: para congelar el acero lo suficiente como para cambiar sus propiedades necesitamos una temperatura mas fría que la de un congelador de cocina, de al menos -25 ºC según la composición del  metal. Esta temperatura se puede conseguir rociando el candado con un spray de aire comprimido, que al expandirse fuera de la lata, absorbe el calor del material alcanzando esta temperatura. (Podeis ver los resultados en este video). Aunque si nos ponemos mas técnicos podemos obtener temperaturas mas frías usando nitrógeno liquido (–195,8  °C), capaz de condensar el aire de nuestro alrededor, formando una nube que nos permita escapar con nuestra «nueva» bici.

No obstante, robar es malo. No lo hagáis.

Fuente | Popular Science

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Ciencia Fringe: Cómo implantar recuerdos falsos a un amigo (en cuatro sencillos pasos)

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En el libro El mundo y sus demonios; el genial divulgador Carl Sagan comenta que implantar recuerdos falsos en la gente no solo es posible sino que puede llegar a ser fácil siempre y cuando se haga de manera controlada y con una víctima susceptible.

Existe un fenómeno llamado parálisis del sueño, en el cual la persona es incapaz de realizar ningún movimiento justo al despertarse o al dormirse. Durante ese periodo corto de tiempo la persona es consciente y a menudo percibe luces y pensamientos entremezclados con el sueño. Aunque este fenómeno sea común (sobre un 50% de la población ha sufrido en algún momento esta parálisis), existen especialistas en el mundo alienígena que defienden que estos casos son realmente abducciones. Y para lograr un testimonio recurren a la hipnosis y a entrevistas con estos especialistas.En poco tiempo la persona es consciente de haber sido abducida pero realmente lo que ha sido es empujada a crear un recuerdo falso.

No es tan raro que estos casos sucedan, cuando creamos un recuerdo falso, tendemos a enriquecerlo rápidamente con cientos de detalles fruto de nuestra invención. Una de las principales investigadoras en este campo es Elizabeth Loftus, que junto con su equipo en la Universidad de Washington ha dirigido decenas de experimentos para averiguar cómo creamos recuerdos falsos y por qué.

Para reflexionar un poco sobre esta idea, vamos a plantearnos una broma con una pequeña pero inofensiva pizca de crueldad, vamos a ver cómo implantar un recuerdo falso a un amigo en cuatro sencillos pasos:

Paso 1. Escoger a la víctima adecuada

No todo el mundo es adecuado para la implantación. Realmente no es una cuestión de inteligencia, como puede parecer; sino que la clave para encontrar a la persona ideal es tu relación con ella. Cuanto más tiempo hayáis compartido experiencias juntos es más fácil crear una anécdota más antigua, que realmente no sea real pero pueda ser posible el hecho de haberla olvidado.

Por eso, amigos desde la infancia o hermanos son las victimas ideales. En uno de sus experimentos, Loftus escogió voluntarios universitarios y contactó con sus madres para que les dijeran varias anécdotas de su infancia. Posteriormente introdujeron una anécdota adicional que era falsa. Al saber que los investigadores habían usado anécdotas suministradas por su madre, daban por hecho su fidelidad y en caso de la anécdota extra suponían que la habían olvidado. Lo curioso es que en las sucesivas entrevistas al preguntar por la misma anécdota falsa los voluntarios empezaban a “recordar” la historia e incluso dar detalles adicionales.

Paso 2. Escoger el recuerdo adecuado

Hay que pensar en una historia adecuada. Para que la implantación tenga éxito, cuanto más antiguo sea el recuerdo, mejor. Además los recuerdos falsos que impliquen emociones son mucho mejor implantados. En 1999, investigadores de la Universidad de Columbia consiguieron convencer al 26% de los voluntarios que habían sido atacados por un animal cuando eran pequeños, apelando al dolor que tuvieron que sentir en el momento de la mordedura.

En nuestro caso, teniendo en cuenta que planeamos una broma, es mejor usar un recuerdo que sea cómico y no traiga consecuencias para la pobre víctima.

Si quieres un reto, prueba a implantar un recuerdo más reciente en el tiempo. Por ejemplo, convence a tu amigo de que te debe dinero por una larga rondas de copas en el bar que tú acabaste pagando. Si logras crear el recuerdo, tu amigo acabará pagando (aunque tú le devuelvas el dinero para no sentirte culpable).

Paso 3. Preparar la implantación del recuerdo

Para implantar recuerdos falsos, los psicólogos aplicaron dos técnicas que tú también puedes usar para tu broma. La primera es “recopilar” toda la información posible del recuerdo y enriquecerlo lo máximo posible, es decir, a que bar fuisteis, donde os sentasteis y que ropa llevaba cada uno en el momento de la historia. La clave de esto es evitar huecos en blanco que demuestren la mentira y a la vez usar estos detalles como gancho (“¿no te acuerdas que llevabas ese abrigo pero como no sabías que hacer con él lo metiste en el guardarropa?”). Además, si mezclas detalles plausibles de otras veladas la victima percibirá la información como autentica.

Como ayuda adicional, lo mejor es usar el Photoshop. En 2002, el equipo de Loftus enseñó a un grupo de voluntarios fotos trucadas de algún evento de su infancia. Durante tres entrevistas, a los voluntarios se les preguntaba sobre detalles de cuando había sido realizada la fotografía (por si tienes curiosidad, mostraba al voluntario de niño montado en un globo aerostático). Al final de las tres entrevistas, la mitad de los voluntarios ya “recordaban” la excursión en globo y aportaban detalles adicionales.

Paso 4. Comienza la acción

Al comienzo sé persistente. A nadie se le forma un recuerdo falso en un día y como habrás visto en las investigaciones anteriores hacen falta varias entrevistas y aun así el éxito es de entre un 30-50%. Así que lo mejor es insistir durante varios días o incluso semanas. Puedes usar frases como las siguientes:

¿De verdad no te acuerdas?

¡Pero si tú estabas allí conmigo!

¡Tu memoria es horrible!

Si después de insistir dos semanas aún no se lo cree, desiste y cuéntale la verdad, realmente tiene una memoria de acero. En caso de que haya funcionado, saborea tu victoria y dile la verdad, mándale a este artículo y que pueda probarlo con otro amigo.

Todo esto demuestra que nuestra memoria es poco fiable y no es estática sino que se puede manipular y amoldar según las circunstancias. Siempre conviene recordar no fiarnos de nuestros recuerdos y basarnos siempre en las pruebas, por eso las investigaciones de Loftus han encontrado su objetivo natural: los testigos de juicios y cómo de verídicas pueden ser sus declaraciones.

Mientras, no tengas a tu amigo engañado mucho rato. Quizá quieras reírte de él, pero lo más probable es que también tengas algún recuerdo falso en tu interior.

Fuente | Scientific American

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¿Por qué los subtítulos automáticos funcionan mal? La clave está en tu cerebro.

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Aún no sabemos cómo podemos escuchar sonidos, y la prueba está en YouTube. En cualquier vídeo tenemos un botón inferior capaz de activar los subtítulos automáticos, mediante un programa que aísla la voz que se escucha en el vídeo y nos aparece en el vídeo casi de manera simultánea en forma de subtítulo. El problema es que el programa funciona bastante mal, cualquiera que haga la prueba verá que falla una de cada cinco palabras, y eso en caso de que el vídeo sea de una persona hablando claramente a un micrófono sin ruido de fondo. En caso de que la voz esté superpuesta con alguna música de fondo (aunque sea a poco volumen) el programa falla estrepitosamente o ni siquiera reconoce la presencia de una voz.

Nosotros somos capaces perfectamente de distinguir una voz de una música de fondo y podemos interpretarla correctamente. Si no fuera así asistir a un musical se convertiría en un desafío para el espectador. ¿Entonces por qué los programas de reconocimiento de voz no son capaces de imitarnos?

Para separar la voz de la música y ser capaces de interpretar las palabras, los programas de reconocimiento de voz aplican una herramienta matemática llamada transformada de Fourier, que permite separar el sonido en diferentes frecuencias o tonos, seleccionando las pertenecientes a la voz humana y eliminando digitalmente las demás. El método es válido pero tiene ciertas limitaciones, como la posibilidad de eliminar frecuencias que sí pertenecen a una voz distorsionándola, o incluir frecuencias de la música de fondo, haciendo inteligible la palabra, por eso fallan los subtítulos automáticos. Pero el principal problema es el límite de Gabor, una regla que indica que es imposible distinguir con la máxima calidad el ritmo de un sonido y su frecuencia a la vez, es decir, podemos mejorar el programa para medir el ritmo de repetición de un sonido pero a cambio perderemos información sobre su tono y viceversa.

En caso de nuestro oído, todo el proceso de diferenciación de la voz del resto de ruidos se produce en nuestro cerebro. Generalmente la mayoría de científicos creía que en nuestro cerebro el sonido se descomponía en frecuencias aplicando la transformada de Fourier y siguiendo el mismo proceso del programa de Youtube. Si esto fuera así, deberíamos sufrir la misma limitación que estos programas, es decir, estaríamos a merced del límite de Gabor y no deberíamos ser capaces de reconocer tonos y ritmos a la vez.

Para comprobarlo, se han llevado a cabo varias investigaciones tratando de comprobar si este fenómeno se produce en humanos. El primero de estos experimentos fue realizado en 1970 y demostraba que el oído humano podía superar el límite de Gabor y que nuestro cerebro debía seguir otro sistema de procesamiento del sonido, sin embargo el artículo no tuvo mucha repercusión principalmente porque no se sabía exactamente cómo funcionaba el oído interno y aun no existían programadores de discriminación de sonidos que pudieran estar interesados en el tema.

La última investigación sobre el tema fue realizada hace unos meses por Jacob Oppenheim y Marcelo Magnasco de la Universidad Rockefeller, en la que realizaron pruebas en voluntarios para comprobar su capacidad de distinguir ritmos y tonos de diferentes sonidos. Nuevamente demostraron que el oído humano supera el límite de Gabor indicando que nuestro cerebro debe usar un sistema más complejo para reconocer los sonidos.

El problema es que los sistemas matemáticos candidatos a ser usados por nuestro cerebro son demasiado complejos y solo se han podido crear unas pocas soluciones matemáticas capaces de imitar muy ligeramente las propiedades reales del oído humano. Aun no se sabe qué tipo de sistema de procesamiento usa nuestro cerebro para interpretar el sonido y separar la voz.

Ahora informáticos de todo el mundo tratan de encontrar estas soluciones matemáticas para crear mejores programas de reconocimiento de voz imitando a nuestro cerebro. Por ahora el mejor programa de subtítulos automáticos seguimos siendo nosotros mismos.

Fuente | Physics World

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Descubren por qué los búhos pueden girar su cabeza sin morir

Búho

Un punto débil en nuestro cuerpo es el cuello. Las artes marciales se encargan de recordárnoslo apuntando al cuello como diana para dejar a alguien inconsciente. Incluso podemos sufrir heridas nosotros mismos si lo giramos rápidamente. Esto es debido a que si sufrimos algun daño en el cuello nuestro flujo de sangre al cerebro disminuye y rápidamente notamos sus consecuencias. En los hospitales están acostumbrados a ver casos de rotura de arterias producidos por giros rápidos de cabeza, y no solamente en casos extremos como accidentes de tráfico, sino también en víctimas de montañas rusas o de masajes quiroprácticos mal realizados.

Por eso a los especialistas de imagen neurológica, acostumbrados a detectar este tipo de lesiones, les sorprenden los búhos. Los búhos son un tipo de ave conocida por el peso de su cabeza y su capacidad para girarla. Cual niña del exorcista, los búhos pueden girar la cabeza hasta 270 grados en cualquier dirección sin sufrir daños ni cortar el suministro de sangre al cerebro. Podríamos pensar que deben tener unas arterias más fuertes en el cuello, sin embargo, las arterias del cuello de la mayoría de animales (búhos y humanos incluidos) son muy susceptibles a su rotura y a pequeños desgarros. ¿Qué tienen los búhos para poder girar la cabeza?

Para investigarlo un equipo de médicos de la Universidad John Hopkins en Estados Unidos recogió en el bosque diferentes especies de búho que habían muerto de causas naturales y les realizaron varias pruebas habituales en un hospital. Inyectaron un tinte en las arterias del búho imitando el flujo sanguíneo del búho vivo, mientras obtenían imágenes a través de un escáner de rayos X que les permitían estudiar la distribución de sangre en el búho mientras le giraban la cabeza manualmente.

La primera sorpresa residía en la distribución de los vasos sanguíneos. En los seres humanos las arterias son grandes cerca del corazón, donde se produce el bombeo de sangre, y se distribuye hacia todo el cuerpo en ramificaciones cada vez más pequeñas. En caso de la cabeza de los búhos es justo al contrario: existe una arteria por debajo de la mandíbula que a medida que avanza hacia el cerebro se vuelve cada vez más grande y la sangre acaba regando el cerebro por la formación de embalses.

Estos embalses sanguíneos actúan de presa, lo que provee de una reserva sanguínea adicional en caso de que se corte su circulación sanguínea al girar la cabeza. En caso de los humanos, con nuestras pequeñas ramificaciones de arterias nos aseguramos que la sangre llegue a cualquier rincón escondido del cerebro pero a cambio no contamos con ninguna protección en caso de cortar el flujo de sangre al cerebro, desmayándonos en cuestión de segundos.

Solucionado el problema del flujo sigue habiendo otro problema: ¿Cómo evitan los búhos que sus arterias se rompan al girarse? Para ello han desarrollado pequeñas diferencias adaptativas que protegen las arterias. Por ejemplo en el ser humano una de las arterias principales que aporta sangre al cerebro pasa a través de orificios huecos entre nuestras vertebras, así están más protegidas a golpes externos. En cambio en los búhos el sistema es el mismo, sólo que hay un hueco de aire superior, es decir, la arteria tiene un hueco adicional para su desplazamiento, esto le permite poder retorcerse con facilidad sin encontrarse obstáculos que lleven a su rotura.

Además, como al girar el cuello cortan el flujo de sangre al cerebro, han desarrollado una via alternativa que recircula la sangre de vuelta al corazón evitando que se acumule presión sanguínea.

Actualmente los científicos se plantean comprobar si se producen las mismas adaptaciones en otras aves que giran el cuello, como el halcón. Lo que queda comprobado es que, en cuestión de cuanto podemos aguantar sin sangre en el cerebro, los búhos nos ganan por goleada.

Fuente | Science Daily

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